Las Heridas del Alma: el Camino de Regreso a Uno Mismo

A lo largo de la vida, todos cargamos con experiencias que dejan huellas invisibles. No se ven en el cuerpo, pero se sienten profundamente en el corazón. Son las heridas del alma: esos dolores emocionales que se originan en los primeros años de vida y que, sin darnos cuenta, moldean nuestra forma de amar, de relacionarnos y de ver el mundo.
Estas heridas no son castigos ni defectos. Son puertas hacia la sanación y la conciencia. Cuando aprendemos a mirarlas con amor, se convierten en maestras que nos muestran dónde hemos dejado de ser nosotros mismos.
Entre las más comunes se encuentran la herida de rechazo, la herida de abandono, la herida de humillación, la herida de traición y la herida de injusticia. Cada una tiene su propia voz y su forma de manifestarse:

  • El rechazo nos hace sentir que no merecemos ser amados. Nos empuja a huir, a escondernos o a buscar la perfección para ser aceptados.
  • El abandono despierta el miedo a la soledad y a no ser sostenidos. Nos hace depender del amor externo, olvidando que el verdadero sostén nace dentro.
  • La humillación nos lleva a cargar culpas que no nos pertenecen. Nos desconecta del placer, del disfrute, del merecimiento.
  • La traición nos hace desconfiar, querer controlar o anticiparnos al dolor. En el fondo, tememos volver a entregar el corazón.
  • La injusticia nos encierra en la rigidez, en la exigencia y en el miedo a no ser valorados. Perdemos la ternura hacia nosotros mismos.

Sanar estas heridas no significa olvidar el pasado, sino comprenderlo desde otro lugar. Es permitir que la energía estancada del dolor se transforme en sabiduría. Cada vez que elegimos perdonarnos, abrazarnos o dejar de luchar contra lo que sentimos, damos un paso hacia la libertad interior.
El alma no busca perfección, busca integridad. Nos invita a reconciliarnos con nuestra historia, a honrar nuestras sombras y a recordar que debajo de cada herida hay un deseo profundo de amor.
Cuando nos atrevemos a mirar el dolor con compasión, algo se abre: la vida recupera su color, el corazón su latido, y el alma su voz.
Sanar no es un destino, es un camino… un regreso a casa, a ese lugar dentro de ti donde siempre estuviste completo.
Reconocer nuestras heridas no nos hace más frágiles, sino más conscientes. Cada herida guarda un mensaje y una oportunidad. Sanar es recordar quiénes somos más allá de nuestras heridas. Cuando elegimos hacerlo, el alma se libera y vuelve a brillar.
Por Silvia Verlengia — Terapeuta en SAAMA® y facilitadora del bienestar cuántico.